lunes, 6 de julio de 2009

RESEÑA EN CUADERNOS DEL SUR


Como si de un inventario de perversiones se tratara, así puede calificarse la última novela de Salvador Gutiérrez Solís (Córdoba, 1968), El orden de la memoria (2009), un narrador que hasta el momento había entregado una curiosa colección de novelas protagonizadas por un novelista malaleche, como titulaba la primera de la serie, La novela de un novelista malaleche (1999), a la que siguieron, El batallón de los perdedores (2006) y, una descarnada visión de la tribu literaria, Guadalajara 2006 (2006). Germán Buenaventura, el escritor a sueldo, es el ejemplo de la mejor vanidad y de la peor mediocridad del mundillo literario. Con El orden de la memoria (2009) Gutiérrez Solís da un salto vertiginoso en su trayectoria narrativa, no solo a nivel editorial, mucho más comercial y de mayores posibilidades, sino en el planteamiento de la propia historia: Eloy Granero, presidente y dueño de una empresa familiar, Almacenes Granero, una cadena en expansión, verdadero escaparate del personaje que representa, nos cuenta su pasado cuando recibe un sobre que contiene una fotografía cuya imagen nunca ha podido olvidar.
El personaje creado por Gutiérrez Solís, como es habitual en él, es aséptico, intrascendente, incluso resulta en ocasiones antipático, pero que va creciendo a medida que avanzamos en su lectura, hasta tal punto que se convierte, pese a su actitud o talante ante la vida, en algo familiar y hasta perfectamente reconocible en la sociedad actual. Granero irá contando al hilo del relato, sus andanzas de juventud y sus correrías rurales de señorito, sus cursos académicos en la Norteamérica de drogas, escándalos y prostitución, realizará un esclarecedor viaje con el padre enfermo, apuntará sus sonados divorcios, la expansión de la empresa en Portugal o sus conquistas más recientes, aunque siempre con una nítida imagen de fondo desde donde es observado: la tienda de fotografía que regenta Claudia, una mujer madura, a quien Eloy Granero conoce desde hace más de veinte años y que, en ocasiones, él mismo observa desde su domicilio. Surge así, en un momento, de la historia la necesidad de ordenar la memoria en tanto algunos aspectos de su pasado han quedado sin justificar, y solo son los grandes momentos los que configuran la existencia de este singular personaje a quien la vida, pese a todo, ha tratado muy bien.
Gutiérrez Solís domina con eficacia la trama narrativa, condensa y salpica su historia con una acertada prosa, nos sumerge en el mundo de la pasión, la perversión, incluso se atreve a redimir a su personaje, transitando en esa delgada línea de sombra que proporciona la inocencia de un pasado juvenil, retrocediendo a lo largo de los breves capítulos para que el lector recomponga el puzzle de una vida hasta el final, cuando ese personaje de fondo, Claudia, emerja para que, de alguna manera, justifique la existencia de Eloy Granero en los más de cien carretes guardados en una sólida caja de aluminio.

Cuadernos del Sur

Pedro M. Domene

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